lunes, 15 de noviembre de 2010

Curas de segunda división.

¡Qué difícil es para un cura de parroquia ocuparse de la religiosidad popular! ¡Cuánta energía consume, cuanto tiempo gasta, cuanta distracción de lo esencial le acarrea! Es muy bonito y queda muy bien afirmar que la religiosidad popular es un instrumento de evangelización. Lo es, pero el que ha que utilizarlo tiene muy fácil quemarse en su empeño.
Por circunstancias de mi vida sacerdotal desde hace muchos, muchos años, he tenido que cuidar de este aspecto en mi vida pastoral. Al principio, con cierta relativa facilidad: ahora con doce cofradías en la Parroquia, es una tarea de gigante y de héroe. A veces lo que parece bello y popular en la piedad de la gente se trueca en una cadena de tensiones y forcejeos con los que componen éstas porque o solo miran sus conveniencia o albergan gente que les importa un bledo el aspecto interior de lo que debe ser una asociación de fieles laicos de la Iglesia, que como ocurre aquí, pasan de ella –cuando no la odian- y sin embargo, por el amor a sus tradiciones y a su barrio, se alistan en las cofradías. Es verdad que en ellas hay gente de buena voluntad, creyente y piadosa, pero sus voces son acalladas por el ruido que hacen los otros.
Cuando veo a algunos compañeros sacerdotes haciendo una pastoral de élite, u otros teorizando sobre cómo debe ser la acción de anuncio del Evangelio entre la gente, me enrabio porque me quieren hacer creer y sugieren que lo que hago es propio de cura de almas de segunda división.
He acabado ahora, con una procesión tumultuosa, la fiesta más popular de la Parroquia: la del Santísimo Cristo del Salvador, una devoción de El Cabanyal multitudinaria, donde sin duda ha habido gente que se acercado la imagen con verdadera fe en Jesucristo. Pero también otros con espíritu mágico, fetichista y populachero. Han sido días de tensión y trabajo. Y siempre me ronda por la cabeza la misma pregunta: ¿ha servido de algo la “paliza” que me he dado en todo esto?

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