jueves, 9 de diciembre de 2010

¿Donde está la casa de mi amigo? 3

Los hijos de mis amigos
Son Martina y Sara, Candela, Guillem y ahora la recién nacida Eva. Cundo nos reunimos todos los adultos a cenar, ellos que ya han cenado y no están sentados  a la mesa con nosotros, andan en la habitación de al lado dibujando, jugando, trasteando. En cuanto hay bulla entre los mayores acuden presurosos a participar de ella. Si llega tarde alguno de nosotros, salen en tropel  hasta la puerta a recibirte.
Cada uno de ellos son toda una personalidad en miniatura: Martina o la responsabilidad de la más mayor. Ella decide, coordina y regula la convivencia de los críos como una maestra en guardería y sus reflexiones en voz alta nos dejan estupefactos: parece, sin ser repelente, una niña sabia. Sara, silenciosa, tímida y callada como una violeta. Despide armonía, serenidad y paz. Candela, simpática, alegre y extrovertida. Sabe cómo engatusarnos y acaba siempre con un recital de gestos y canciones. ¡Con qué entusiasmo canta e interpreta la canción! Me teme besar porque le pincho con mis barbas. Guillem, con cara de pillo, tranquilo y serio pero con una sonrisa increíble. Es el único varón y a veces parece cohibido ante tantas chicas. Ya crecerá... Y  Eva, la última en llegar, que ya lo mira todo con sus ojos de estreno del mundo y a la que bauticé hace tres semanas.
Cuando alguno de los mayores celebramos algún cumpleaños acuden en masa y se apoderan del pastel, de las velitas, de los aplausos. Al final acabamos escuchando un recital de interpretaciones con su lengua de trapo de “¡Cumpleaños, feliz, tócate la nariz…!
¡Qué alegría tenerlos a nuestro alrededor! Son la garantía de que el mundo sigue, que el horizonte que hoy vemos es otro que está más allá. Ellos nos recuerdan otro modo de estar en el mundo: dependiendo de las manos de Dios y nos avisan que no son nuestros, que pertenecen a la vida que, tozuda, siempre camina hacia delante.

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