domingo, 5 de junio de 2011

Pequeñas mentiras sin importancia (Francia, 2011) de Guillaume Canet


Mentir para vivir
Drama-comedia.
              Hay muchas cintas francesas de reciente estreno, como ésta (¡que bien se promociona el cine francés!), que nos muestran un panorama más que crítico sobre esta Europa, montada en los fiascos y mentiras de una unión que cada vez se descubre como más insolidaria y solipsista. Y todo se nos cuenta parabólicamente, a través de las relaciones de un grupo de amigos que deciden pasar una temporada de verano en una lujosa mansión.
          En un tono agridulce de comedia y drama “Pequeñas mentiras sin importancia” nos narra pues la historia de un grupo de amigos que tiene la costumbre de reunirse durante las vacaciones de verano. Este año deciden no romper la tradición a pesar de que uno de ellos (precisamnete el dueño del chalet) ha sufrido un accidente en París unos días antes de partir. Ya en la playa, sus contradicciones afloran y su amistad se pone a prueba. Juntos se verán obligados a convivir con esas pequeñas mentiras sin importancia que se dicen cada día.
              El arranque del filme es una larga secuencia admirable que nos avanza todo el bloque de intenciones de la película. Un hombre ya maduro, acude con su moto a una discoteca. Allí, entre la música, humo, vapores del alcohol, estridencias musicales y ruidos, conversaciones banales y gente bailando en medio de la casi oscuridad, se ve completamente solo: su rostro nos señala, que él es uno de tantos de los que allí están, que anda, con la mentira de su vida. Sale como si de repente hubiera tenido una revelación y de pronto se ve dando tumbos despedido de su moto hecha añicos, a la que ha embestido un coche. Un secuencia resuelta por este cineasta al estilo del mejor cine del Godard de la “Nouvelle vague” que da el tono de todo lo que a continuación va a ocurrir.
                Como en su anterior película Guilaume Canet intenta hacer un autorretrato de su  propia generación. Son treintañeros acomodados,  de buen corazón y anchas tragaderas morales, unos  casados y con hijos y otros con sus parejas en situación de crisis o mejorables. Sobre el escenario de la naturaleza y el mar se reflejarán sus días de descanso y también de tensión porque acostumbrados a las pequeñas mentiras de sus vida han creado una urdimbre que disimula su insatisfacción, su insolidaridad, su infelicidad: signo y símbolo de esas edad adulta aparente  pero que en verdad no ha traspasado la las contradicciones de la adolescencia que les incita siempre a eludir los verdadero problema:   plantearse decisiones radicales de cambio.
                El acierto del filme es que su director nos conduce de lo cómico a lo patético y del drama al humor de un modo elegante y equilibrado, aunque en algunos momentos lo melodramático se subraye demasiado (véase la escena del entierro) sazonado todo con unas actuaciones de los actores estupendas y una selección de música muy acertada. Aunque la conclusión sea algo facil: “todo el mundo es bueno”, la película está llena de esperanza y optimismo en el ser humano. Con estos mimbres,  otro cineasta hubiera hecho un dramón semitrágico.

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