miércoles, 6 de julio de 2011

En el camino del Rocío de Valencia: (3) El vado del río Quema


 El tercer día de camino, desde los pinares de Aznalcazar hasta la parada de la Venta de Mauro es el más largo, unas siete leguas, pero es el que más emociones contiene. Los que vienen con nosotros se quedan una tanto alucinados, si no, perplejos por las cosas que en ese camino ocurren. Son como momentos mágicos, nunca buscados, que se nos dan de repente y llenan el corazón de la extraña sensación de la plenitud…
 
Muy de madrugada, el miércoles, se inicia la Misa del Alba. Legañosos, sin tiempo casi de habernos lavado la cara,  con el cuerpo que te pide más tiempo de sueño pero con el alma que quiere madrugar,  bien abrigados, que las mañanas de la marisma son frías y húmedas. Es noche todavía, rodeados de altos pinos con copa de sombrero, pero en el horizonte se dibuja ya una franja de oro joven que es la del sol naciente que madruga, leemos la Palabra de Dios, cantamos aún con la voz ronca, repetimos el gesto de Jesús de partir el pan, comulgamos y acabamos  saludando a la Virgen del Simpecado con una salve. Después de un frugal y rápido desayuno, a andar una legua y media con los rostros llenos de la sonrisa del que sabe que va de camino a la casa a de la Madre. Con la caricia del sol que ya ha salido, poco a poco nos vamos quitando la ropa de abrigo porque el éste va calentando como sólo sabe hacerlo en Andalucía.


Y llegamos a cruzar la corriente del rio Quema, que es el nombre de un cortijo que hay en su ribera. En realidad el rio se llama Guadiamar -¡sí, el mismo río que una industria desalmada sueca, más arriba de su cauce, vertió todas los barros tóxicos inundando su lecho de veneno!-. El trabajo exhaustivo de limpieza lo dejó mejor que estaba y ahora el cauce por donde pasan las hermandades esta ampliado y es más cómodo de cruzar para las carreta




El agua  llega a las pantorrillas y a lo sumo, a la rodilla pero hay que descalzarse de las botas y no ir a pie desnudo, ponerse unas zapatillas por causa del lecho pedregoso del río y arremangarse pantalones y batas lo mas posible. Al llegar a la vera de río, los romeros nuevos son bautizados por sus padrinos, veteranos, con nombres que han elegido inspirados en el ambiente natural que les rodea: “junco del quema”, “lirio de las marismas”, “ciervo del coto”: en broma, con ingenuidad y algo de cursilería, manifiestan su alegría de haber cruzado el Quema a pie. La carreta, con los bueyes con el Simpecado, entra también en el agua que siempre está muy fresca y allí en el centro, rodeado de los hermanos se canta la salve y un montón de sevillanas rocieras. Después se sale del agua y se da tiempo a la gente para que se sequen, se coloquen los calcetines y calcen las botas.

Siempre este cruce del vado del río Quema lo he comparado –salvando las distancias- con el paso del mar Rojo, que otros peregrinos –los israelitas- hicieron para llegar a la Tierra Prometida. Tiene su mística: el breve camino de agua que atravesamos es como un baño purificador, porque todo camino bien hecho, además de ensuciarnos de barro, nos purifica. El Quema está además a mitad del camino que hace Valencia: ¡también es el paso del ecuador!
Tornamos pues al camino –ya aparecen las arenas revueltas que dificultan los pasos- y después, a la sombra de eucaliptales cercanos ya a Villamanrique, se almuerza por todo lo alto.

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