viernes, 23 de septiembre de 2011

Bienvenido, otoño


Atardecer otoñal desde el monte Tabor
Hoy entra el otoño y me alegra mucho.  Si fuera posible yo le acompañaría para darle “una patadita en el trasero” al ineludible pero cargante verano. Éste se ha hecho este año para mí muy largo. Aun cuando el calor no ha sido muy fuerte, el índice de humedad en este barrio tan cerca del mar ha sido terrible: cada vez que movías un brazo o dabas un paso, el sudor corporal te bañaba el cuerpo. Imaginaos en los actos litúrgicos, con el alba y la casulla y bajo los potentes focos del altar celebrando misas y misas. Ni con ventiladores gigantes lograba sentirme aliviado. Resultado: sensación de fatiga y cansancio, abulia y pereza.

Para colmo, acontecimientos importantes, la enfermedad y fallecimiento de un sacerdote jubilado durante agosto, el nombramiento y traslado a otra parroquia del sacerdote y vicario que tenía en la parroquia, no me permitieron tomar algunos días de vacaciones y viajar a Irlanda como tenía previsto.

Adiós al verano, pues. Ahora vendrán las mañanitas frescas, las tardes de luz ennoblecida, la pintura roja y ocre de los arboles, los frutos de oro y naranja de la naturaleza: níscalos, kakis, membrillos, la lluvia limpiadora (y brutal, a veces) … y la normalidad, a veces complicada y difícil, de todos los días, reuniones, cursos, actos diversos pero llevaderos por esa facilidad que nos da la rutina de cada día.

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