martes, 8 de noviembre de 2011

Elogio de la granada



Una de las cosas por la que me gusta tanto el otoño es por las frutas que esta estación nos ofrece: los caquis, las setas, los membrillos, los madroños, las granadas.
Los científicos andan estos días descubriendo las maravillas biológicas que tienen, por ejemplo, las granadas: antioxidantes, anticancerígenas, etc. O ¿será una campaña  comercial para incrementar su consumo?
Sea como sea, a mí me gustan mucho: es una fruta muy entretenida de comer y yo lo paso pipa (si tengo tiempo) abriéndola, quitándole la amarga y dorada corteza, apartando las finas telillas de piel que dividen en compartimentos su tesoro frutal y tomando con los dedos esos rojos zafiros que son sus dulces granos. Disfrute para el paladar, placer para los ojos, belleza alimenticia. ¿Algo puede dar más?
Fray Luis de Granada en su obra “Introducción al símbolo de la fe” escrito en el siglo XVI, para ponderar la belleza  de la creación, tiene un capítulo dedicado a la descripción detallada de este fruto otoñal. Uno de los motivos por los que soy un enamorado de ese autor (Azorín decía de él que era el que mejor escribía el castellano de su siglo, que ya es elogio) es precisamente por este libro que leí cuando era mozuelo y que aún sigo releyendo.
Os transcribo (aunque sea  largo, pero vale la pena) un fragmento escrito por Fr. Luis de Granada dedicado a la ídem.
“Capítulo X
De la fertilidad y plantas y frutos de la tierra

Pues la hermosura de algunos árboles, cuando están muy cargados de fruta ya madura, ¿quién no la ve? ¿Qué cosa tan alegre a la vista como un manzano o camueso cargadas las ramas a todas partes de manzanas, pintadas con tan diversos colores, y echando de sí un tan suave olor? ¿Qué es ver un parral, y ver entre las hojas verdes estar colgados tantos y tan grandes y tan hermosos racimos de uvas de diversas castas y colores? ¿Qué son éstos sino unos como hermosos joyeles, que penden de este árbol? Pues el artificio de una hermosa granada, ¡cuánto nos declara la hermosura y artificio del Criador! El cual, por ser tan artificioso, no puedo dejar de representar en este lugar. Pues primeramente él la vistió por de fuera con una ropa hecha a su medida, que la cerca toda, y la defiende de la destemplanza de los soles y aires, la cual por de fuera es algo tiesa y dura, mas por de dentro más blanda, porque no exaspere el fruto que en ella se encierra, que es muy tierno; mas dentro de ella están repartidos y asentados los granos por tal orden que ningún lugar, por pequeño que sea, queda desocupado y vacío. Está toda ella repartida en diversos cascos, y entre casco y casco se extiende una tela más delicada que un cendal, la cual los divide entre sí. Porque como estos granos sean tan tiernos, consérvanse mejor divididos con esta tela que si todos estuvieran juntos. Y allende de esto, si uno de estos cascos se pudre, esta tela defiende a su vecino, para que no le alcance parte de su daño. Porque por esta causa el Criador repartió los sesos de nuestra cabeza en dos senos o bolsas, divididos con sus telas, para que el golpe o daño que recibiese la una parte del celebro no llegase a la otra. Cada uno de estos granos tiene dentro de sí un osecico blanco, para que así se sustente mejor lo blando sobre lo duro, y al pie tiene un pezoncico tan delgado como un hilo, por el cual sube la virtud y jugo desde lo bajo de la raíz hasta lo alto del grano, porque por este pezoncico se ceba él, y crece, y se mantiene, así como el niño en las entrañas de la madre por el ombliguillo. Y todos estos granos están asentados en una cama blanda, hecha de la misma materia de que es lo interior de la bolsa que viste toda la granada. Y para que nada faltase a la gracia de esta fruta, remátase toda ella en lo alto con una corona real, de donde parece que los reyes tomaron la forma de la suya. En lo cual parece haber querido el Criador mostrar que era ésta reina de las frutas. A lo menos en el color de sus granos, tan vivo como el de unos corales, y en el sabor y sanidad de esta fruta, ninguna le hace ventaja. Porque ella es alegre a la vista, dulce al paladar, sabrosa a los sanos y saludable a los enfermos, y de cualidad que todo el año se puede guardar. Pues, ¿por qué los hombres, que son tan agudos en filosofar en las cosas humanas, no lo serán en filosofar en el artificio de esta fruta, y reconocer por él la sabiduría y providencia del que de un poco de humor de la tierra y agua cría una cosa tan provechosa y hermosa? Mejor entendía esto la Esposa en sus Cantares, en los cuales convida al Esposo al zumo de sus granadas, y le pide que se vaya con ella al campo para ver si han florecido las viñas y ella.”

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