miércoles, 21 de diciembre de 2011

La muerte de un tirano




Una lágrima ajena auténtica vale más que el más grande de los mares. Nos mueve al respeto y nos inclina a la compasión y si, se tercia, nos obliga por empatía al llanto propio. Si su motivo es la alegría nos hincha el corazón, si es la desdicha o el dolor, nos lo encoge.

También hay lágrimas extrañas, importunas, inoportunas y forzadas. Estos días vemos en la televisión las lagrimas multitudinarias que todos los coreanos, -materialmente, todos-, derraman a moco tendido por causa de la muerte de su líder político, el tirano Kim Jong II. Yo me quedo perplejo. También cuando Franco –otro odiado tirano- murió, derramaron abundantes lágrimas muchos españoles que después lo olvidaron enseguida y cambiaron rápidamente de camisa y trocaron enseguida su llanto en risas.

Pero las lágrimas de Corea del Norte son harto exageradas y excesivas. Ver a una plaza pública abarrotada de ordenada gente berreando como un crío con ganas de mamar es muy fuerte. Es verdad que es un país oriental, con usos y costumbres muy distintas de las nuestros, que es un pueblo que debe estar aterrorizado por esa tiránica dictadura y manipulado vilmente hasta la saciedad. Pero ver a toda una nación llora a moco tendido… movería a risa sarcástica si no fuera que una lágrima (aunque sea falsa o banal)  siempre causa un cierto reparo...

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