viernes, 9 de marzo de 2012

Juan de Dios, el loco.


A mí me va mucho este santo. Fue un golfo y después se convirtió. Cambió las noches de jarana y juerga por otras donde andaba recogiendo enfermos y moribundos en las calles de Granada. Como Agustín de Hipona, Francisco de Asís, Charles de  Foucauld, conoció el pecado y el mal y los trocó en gracia y bien. La gente decía que no estaba en sus cabales.

Aunque debe ser un don de Dios, los santos esos que fueron paridos bajo augurios y meteoros, en olor de santidad, fueron niños píos y casi no conocieron la mácula del pecado en toda su vida y murieron entre auras y coros celestiales y acompañados de toda su orden religiosa enfervorizada, a mí me caen lejos. (Hace poco una peliculita hagiográfica intentaba mostrarnos eso).

Seguramente fue un hombre contemplativo, porque sin oración ferviente y continua no es posible dedicarse sin respiro y valor a la acción solidaria a lo que él se dedicó después de sus conversión: a cuidar a los enfermos y abandonados de la sociedad de su tiempo.

Ayer fue su día de fiesta. En esta cuaresma, es un ejemplo de conversión.

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