domingo, 18 de marzo de 2012

Padres buenos, padres de cine



En absoluto ausente de las pantallas, la figura del padre ha sido vituperada en historias fuertemente traumáticas y también veneradas en películas maravillosas. No es nada difícil buscar en nuestra memoria personajes cinematográficos horrendos o sublimes encarnando a la figura de un progenitor. Pensando en San José, patrón y modelo de los mejores padres, aducimos aquí a algunas de las muchas, muchísimas película con padre incluido.

Y creo que el patrón de los padres modélicos cinematográficos es el abogado Atticus, padre viudo de dos niños en el profundo Sur de Norteamérica que encarnó Gregory Peck en la maravillosa “Matar un ruiseñor” de Robert Mulligan. La honestidad, la rectitud, la solidaridad, la justicia y otros valores humanos son las lecciones morales que dio a sus hijos. Para ver la película veinte veces, para que los niños y adolescentes la vean también. Aunque no le va a la zaga la figura de otro padre encarnado por James Stewart, que quería desertar de su función con el suicidio y que descubrirá a la vez lo imprescindible que es un buen padre en la familia. Me estoy refiriendo a la sublime “¡Qué bello es vivir!” de Frank Capra. Tampoco me puedo quitar de la memoria el papelón, verdaderamente dramático, de aquel padre en el paro, que acompañado de su hijo andaba por las calles de Roma, buscando su bicicleta (“Ladrón de bicicletas”) o a Charlot que, aunque no padre biológico, ampara como a su hijo a un niño abandonado en “El chico

Cuestiones como la búsqueda del padre desconocido o el del reencuentro  con él después de muchos años, la reconciliación con el progenitor tras una larga separación (la parábola del hijo prodigo), el tema del hijo no deseado, el proyecto de educación de los padres hacia los hijos, conflictos generacionales, el abandono de los padres de las obligaciones familiares o el sentimiento de orfandad de los hijos son asuntos que desarrollan y destacan muchos cineastas en sus discursos sobre la imagen del padre.

Hay  ejemplos muy preclaros: desde la trágico-cómica “La vida es bella”, a las tensas y denunciadoras películas de los hermanos Dardenne “El hijo” y “El niño”. En nuestro cine español tenemos títulos entrañables y que presentan padres modélicos y dignos de imitación como  el que luchaba diariamente  por sacar adelante su abundante prole (Alberto Closas en “La gran familia”) y más en serio, la bella relación de padre e hija que se nos muestra en “El sur” de Víctor Érice.  También,  y realizadas en coproducción en Argentina podemos recordar a los padres de las películas “Un lugar en el mundo” y “Kantchaka”.

El drama de un padre que pierde a su hijo aparece con desolación retratado en al película de Nanni Moretti, “La habitación del hijo” y los esfuerzos de un padre inmigrante por sacar adelante a su familia lo podemos ver en “En América”. A mí me emociona mucho el padre que es pastor anglicano que simboliza al mismísimo Abrahán subiendo a la montaña  el día que sabe que van a sacrificar a su hijo y que aparece en la película “Llanto por la tierra amada”. Una pequeña joya.

Esta última película citada nos da pie para profundizar aún más en el sentido trascendente que cierto cine contemporáneo que con sensación de orfandad social y humana se transforma en espiritual, al  buscar en la figura del padre, el trasunto y metáfora de ese Ser transcendente y bondadoso que Jesús nos reveló. En un mundo que busca sentido, el cine nos muestra un camino: encontrarse con el padre perdido que es Dios. La espléndida y reciente “El árbol de la vida” de Terence Malick iba por ahí. Tal vez éstas ya sean palabras mayores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario