lunes, 10 de septiembre de 2012

Me duele la Iglesia


Salió muy temprano. Era noche y hacía mucho frío. Cuando dejó su habitación y fue recorriendo pasillos, bajando escaleras y atravesando patios, se acordó de Pedro, el pescador, que también se escabulló de la mazmorra ante el sueño de sus guardias y por las puertas de hierro que se le abrían.  Al cruzar la columnata, miró un momento hacia atrás: la estatua gigantesca de San Pedro parecía alentarle  y decirle adiós. La figura de aquel hombre, al pasar junto a las basas de  la columnata de Bernini, aun parecía más pequeña. Cubierto con un largo abrigo negro, arrebufado en su bufanda  y su cabeza cubierta por una boina, de su rostro resplandecían sus brillantes ojos y algunos mechones rebeldes de pelo blanco que se escapaban de la boina que tapaba frente y cabeza. 

Siguió con pié decidido y pasó junto al quiosco de prensa, todavía cerrado, y cuyos periódicos, al día siguiente, pregonarían la gran noticia: “El Papa ha desaparecido del Vaticano y ha dejado su carta de dimisión”. Andando, pues,  con paso muy presuroso, aquel hombrecillo enfiló la via di Porta Angelica hasta que ya en la piazza di Risorgimento  se acercó al primero de los taxis que aguardaban  a los clientes. Entró en él y dio una dirección al taxista. Éste, sin saber a quien llevaba, arrancó el coche y se perdió por las calles de Roma...

Anoche, antes de dormir,  leí,  en una revista católica, un extenso informe sobre el caso de espionaje en el Vaticano (o sea, el caso “VaticanLeaks”) que a tanta gente escandaliza y tuve este sueño, que describo con el adorno de algo de literatura. Quiero creer que es sólo un sueño, porque me duele la Iglesia.

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