domingo, 7 de octubre de 2012

Silos, otra vez




En mis días en Burgos, tuve la oportunidad de estar en el monasterio de Santo Domingo de Silos. Digo estar y no visitar porque para mí este monasterio benedictino es algo bastante íntimo, familiar, entrañable y por dentro, casi lo conozco totalmente. Durante muchos años (casi diez) aprovechando vacaciones escolares de profesor me he albergado allí, en la hospedería monacal, haciendo vida casi como un monje mas. Una vez al año permanecía allí unos cuatro o cinco días. Allí vivía con los monjes haciendo mi retiro espiritual. Después, la vida se me complicó y dejé de frecuentar aquel sitio algo lejano para hacer mis ejercicios espirituales.

Ahora pues he estado (esta vez, de visita) a ver esa joya del arte que es el claustro románico. ¡Cuántas horas he paseado silenciosamente solitario, pensando en Dios y mi vida, por este claustro, cuando no era hora de visitas turísticas! El ciprés, de pie, inhiesto, sigue recibiendo y esperando a la gente. Iba con un grupo numeroso y allí como un turista admiré y me emocioné contemplando la perfecta belleza del claustro, la simetría plural de sus arcos y capiteles, los armoniosos  bajorrelieves de sus cuatro esquinas. No se puede contener, en tan breve espacio, mas belleza.

Los monjes ya no están en la oficina de venta de entradas  y recuerdos, ni ellos te explican  las maravillas de Silos. Unos guía laicos lo hacen. Ellos siguen en su clausura del monasterio, haciendo realidad el lema de su fundador San Benito: “ora et labora”. (Y rompiendo los esquemas de tanta gente que no comprenden para qué tanto rezar). Las vocaciones a la vida contemplativa son un milagro de Dios para su Iglesia. Benditos sean.

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