martes, 13 de noviembre de 2012

Placeres de la lectura



Tocar un libro, olerlo, verlo, pasar las hojas, acariciar el papel, sentir su peso sobre el pecho cuando lees en la cama, notar que se te cae de las manos por el sueño que te vence… Pero también buscar un libro en la pantalla del “reader”, acceder a él inmediatamente, cambiar su tamaño de letra para leerlo mejor, no sentir su peso  ni volumen cuando andas o te mueves, llevar contigo siempre la Biblia y el Quijote o tu Libro de las Horas en un pequeño artilugio. ¡Placeres de la lectura!

Pues mis amigos de verdad son mis libros. Son discretos y callados, si no los abro, y cuando los leo me hablan, airados o cariñosos, . Algunos son malignos y traicioneros pues pueden darte las peores ideas; otros te aconsejan maravillosamente bien. Todos me hacen compañía. Los tengo siempre junto a mí, esperando ansiosos, que uno de ellos sea el agraciado, lo coja del estante y lo lea. Y yo, al abrirlo palpito de emoción, soñando qué ideas, sentimientos y emociones me deparará.

Algunos de ellos, -viejos y ya leídos, su lomo desgastado, su portada descolorida o demodé,-me sorprenden porque en ellos encuentro un subrayado o una nota escrita de mi puño y letra, de cuando hace años lo leí. Es como abrir el frasco del perfume del pasado y olerlo otra vez de nuevo. 

¡Cuánto debo a los libros!

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