miércoles, 15 de mayo de 2013

Frente a la cultura de la queja...



Es curioso cómo a menudo uno se descubre protestando por casi cualquier cosa. Siempre encuentras motivos para sacar punta a la realidad. Siempre hay fisuras, problemas, la realidad es incompleta y se pueden hallar, en los otros, aristas inconvenientes. Y ante ello, se impone protestar, porque si no, te pisan, te ningunean, o te tienes que comer los marrones de otros. Y así, se van sumando voces al coro de lamentos. Todos podemos protestar, unos de otros. Se queja el estudiante de los profesores, estos de los compañeros, todos de la dirección. Los hijos protestan por los padres, y estos se lamentan de lo ingobernables que se han vuelto ...


Precisamente por esa abundancia de motivos para la queja es importante mantener la perspectiva. Porque si uno protesta por todo, y en cualquier momento, tal vez se esté quitando lo único que les queda a las verdaderas víctimas de nuestro mundo: la voz. Está claro que el cristiano habrá de ser crítico, profético, idealista y añorar un mundo mejor… pero parte de esa mirada crítica pasa por distinguir bien los verdaderos motivos para la exigencia, de esos otros motivos pueriles y a veces egoístas.

Te pido, Señor, que me enseñes a no protestar por bobadas. A alzar la voz por aquello que merece la pena. Y a ser crítico, no desde el resentimiento o la furia, sino desde la ternura y la compasión.

 Pero está claro que hay que alzar la voz, protestar, clamar y denunciar muchas cosas que no funcionan. Sólo que no deberíamos hacerlo como el crío que tiene una pataleta y grita, con un berrinche a veces excesivo. Tenemos en la historia gente que nos ha enseñado una manera diferente de protestar. Son los profetas, aquellos que eran capaces de denunciar lo que no funciona, alzar la voz con seriedad y compromiso, y al tiempo aventurar horizontes mejores. Protestas, propuestas y compromiso. Esos tres elementos lo cambian todo. Denunciar lo que está mal. Proponer hacia dónde caminar, y comprometerse uno mismo, tu tiempo, tu capacidad, a veces la vida entera, para perseguir aquello que crees justo. Es un buen reto para nuestros tiempos, tan ávidos de justicia y esperanza.
Te pido, Señor, que suscites entre nosotros profetas. Hombres y mujeres capaces de levantar su voz, en nombre de todos aquellos que necesitan respuestas.
(De “Pastoral SJ”

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