viernes, 18 de julio de 2014

Saúl mató a mil, David mató a diez mil




Los medios de comunicación nos presentan noticias de la guerra terrible entre judíos y palestinos, recrudecida de un modo alarmante en estas últimas semanas. Un conflicto que es como un fuego casi apagado, cuyas brasas han vuelto a encender y provocar un gran incendio.

Se nos hace pensar que es  una guerra inevitable, que la violencia es algo connatural en la convivencia de esos dos pueblos. Nadie se espanta de la desigualdad de los dos bandos. Y se nos quiere indicar que el fanatismo de uno de ellos (Hamas) es el causante de todo este terrible estropicio.
La cosa, tiene su sarcasmo cuando, hace un mes, el bueno del Papa Francisco, consiguió que los dirigentes de los dos pueblos hostiles se estrecharan la mano. En vano ha sido; la paz, ese imprescindible y frágil valor inherente a la felicidad humana, ha sufrido un terrible ataque.

Lo aberrante es que todos los países civilizados, especialmente las más grandes potencias, miran para otro lado. Los intereses económicos y estratégicos les tapa la boca.

Pero como ocurre con el Papa Francisco,  la esperanza es lo último que hay que perder, esperamos –y rezamos- que la maltrecha paloma de la paz pueda conseguir levantar el vuelo.

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