martes, 21 de octubre de 2014

La verdad de Dios tiene que ver con el amor y el deseo


Creer es cuestionarse la vida. Preguntar por Dios, por su voluntad, por su presencia, por el bien y por el mal, por el dolor y la alegría, la vida, la muerte. Preguntar, aunque mil veces nos responda el silencio.

Rastrear en las respuestas de otras personas, en las historias vividas por otros, de antes y de hoy. Creer es poner nombre a las cosas, sabiendo que es un balbuceo de lo que de algún modo intuimos. Creer es dudar, también.

Somos buscadores. Ansiosos de respuestas. Pero a veces hay que resignarse a una incertidumbre valiente. El que pretenda saber todo sobre Dios es un necio o un infeliz. ¿Cómo intuir lo eterno desde nuestros días contados? ¿Cómo asomarse a un más allá para el que no conocemos la frontera? ¿Cómo encontrar sentido en un mundo tan loco?

Preguntas eternas, que se formulan hombres y mujeres de todas las épocas. Preguntas genéricas, a veces filosóficas, altas, inabarcables. Pero otras veces concretas y tangibles, cuando tienen que ver con nuestras encrucijadas vitales. No sé si encontraremos muchas respuestas. Pero que nunca nos falte la valentía para preguntar. ¿Cuáles son mis grandes preguntas a Dios? ¿Cuáles son mis pequeñas preguntas a Dios?

Es verdad que no lo sabemos todo. Pero vamos aclarándonos. En medio de la maraña de ruidos, discursos, incertidumbresen la vida se van asentando algunas verdades sencillas.

Verdades que normalmente suponen dejar de lado la pompa, los grandes pronunciados. Verdades que tienen que ver con el corazón, el afecto, nuestra desnudez vulnerable y la humanidad auténtica. Y la verdad de Dios, inasible, tiene que ver con el amor, con nuestra ansia de eternidad, con esta libertad que nos hace tan poderosos. ¿Cúales son las verdades que definen mi vida?

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