Este año la ceremonia de los
Goyas ha sido la fiesta de la euforia. No
sólo todo va bien, sino más que bien en el cine español. Ya no hay la crispación
que hubo en otras ediciones; se ha abandonado los pronunciamientos reivindicaciones
y mensajes de indignación política. El ministro Wert ha acudido a la gala y aunque
le lanzaron alguna andanada estuvo bien cómodo. También andaba por allí el inefable Pedro Sánchez.
El reparto de premios ha sido el más
o menos esperado, con una distribución de ellos
parece bastante justa. La película
“de oro”, porque ha ingresado un montón de euros en taquilla, se llevó
tres Goyas: suficientes pues no pasa de ser un sainete costumbrista
desaprovechado.
Me llegó a emocionar el discurso de
Antonio Banderas, por su sincera, sencilla y humilde humanidad, por su escaso
relumbrón a pesar de ser el cineasta español hoy en día de más prestigio en el
mundo de Hollywood. He de decir que a mí su filmografía, ni fu ni fa.
Se veía a ellas y ellos, sobre todo
los jóvenes actores-promesas metidos muy en lo suyo: intentando llamar la atención.
Algunas en su rostro con kilos de
maquillaje y con vestiditos a la última moda, los chicos también muy presumidos:
a fin de cuentas este acto es también un desfile de modas y un concurso de
peluqueros.
Algunos de los números musicales que
iban rellenando el acto eran bastante aburridos. Y la presentación y dirección de la ceremonia a cargo de Dani
Rovira (el actor-revelacion de “Ocho apellidos vascos”), en muchos momentos era
forzada: en la primera parte aun hizo reír pero en la segunda, con aquello de
los tráileres gestualizados y verbalizados provocaba sonrisas congeladas.
En resumen, iremos a ver las películas
premiadas -vale la pena- pues hay buen cine dentro de ellas: y también pedimos
que el fisco baje el IVA del 21% del
cine y la cultura. Y así bajará el precio de las entradas y el cine español
tendrá más público.
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