Lago Esmeralda en el Parque Nacional de Bannf (Alberta) |
Durante
diez días he estado de viaje, visitando el oeste del Canadá. Me ha sido dado
disfrutar, acompañado de muy buenos amigos, de la experiencia gratificante de los más hermosos
paisajes naturales nunca vistos, de pasera por las calles de sus grandes
ciudades: Calgary, Victoria, Vancouver.
Con
un muy buen tiempo en general, y un clima suave, constato una vez más que en el
fondo todo el mundo – ¡nunca me he creído eso de vivir en “la millor terreta
del mon”!- es muy parecido con las diferencias propias que la geografía, la historia
y la cultura marcan. Ritmos
de trabajo que se plasman según hábitos y costumbres
diferentes, la gente que pasa su tiempo de ocio y vacaciones adaptadas a sus
entornos naturales… al
final todo es lo mismo: unidos todos en esa gran fraternidad universal que es
la humanidad.
A mí como amante de la montaña, me recordaba
todo a mis Pirineos que conozco bastante bien, aunque a lo grande, más que a lo
grande. Como
cinéfilo, muchos de sus paisajes me remitían a las películas del oeste, sobre
todo las del gran director Anthony Mann (aquellas de tramperos,
buscadores de oro, indios que intentaban defender sus territorios, chinos construyendo el ferrocarril, guías de caravanas que tenían que superar los pasos de las montañas…).
Si tuviera, a primera impresión,
que elegir algunas de las maravillosas cosas que he visto: escogería el Lago
Esmeralda y el majestuoso monte Robson, el más alto (3954 m.) de las Montañas Rocosas
canadienses.
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