Aunque pueda parecer una reflexión demasiado
interna y particular (tal vez cosa de curas y sacristanes) muchos de nosotros
estamos contentos por la nueva edición de los Leccionarios o libros de lecturas que en la
celebración de la Misa se van a leer a lo largo de este año litúrgico (o sea,
desde esta semana, primera de Adviento,
hasta final de noviembre. Son éstos nuestras herramientas principales del trabajo pastoral
La edición de los nuevos libros liturgicos
de lecturas es primorosa, a mayor tamaño, con una encuadernación muy noble,
bella y fuerte y una impresión de textos sagrados que ayuda, con elegante distribución, letras capitales, pequeños adornos, y sobre todo, con una letra
mucho más grande (ahora no valdrá la excusa de decir que se han olvidado las
gafas, para salir al ambón a leer)
Pero tal vez, para mi gusto y opinión
personal, lo mejor de estos nuevos
libros de lecturas de uso litúrgico es la nueva traducción con que se
presentan. Es la de la Biblia de la Conferencia Episcopal Española,
que sobre todo, destaca por su claridad en el lenguaje para llegar y acceder
llanamente a todos los que en la iglesia escuchen la Palabra de Dios. Aunque
algunos puristas protestan -¡como no!- porque en cierto modo se ha abandonado
el lenguaje bíblico y teológico que le resta profundidad, pero que suena a
arcaico a veces o a demasiado clerical-,
lo importante es que el mensaje de la Biblia llega a la gente con un
lenguaje, vivo, actual y directo.
Algunos estamos esperando con ansiedad otra
cosa muy importante: la tercera edición del Misal Romano (o sea, el libro
del altar), cuyas oraciones son muchas
veces demasiado redondas porque siguen el modelo del perfecto latín
eclesiástico, y son bastante inexpresivas para los cristianos de hoy. Al menos,
esa es mi opinion.
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