jueves, 14 de julio de 2016

Quien es mi prójimo?


¿Quién es mi prójimo?. Es la pregunta que hace el maestro de la ley a Jesús. Dice el evangelio que la hizo por justificarse. Entiendo la palabra no como si hubiera sido una pregunta evasiva, sino más bien podría significar justificarse =hacerse justo, es, decir encontrar su sitio en la vida, encontrar su sentido. Jesús le cuenta la parábola del Buen Samaritano, el hombre que, siendo “maldito" por ser samaritano, fue capaz de acercarse al hermano herido. Jesús nos dice en primer lugar que sólo el corazón lleno de misericordia y con ojos que miran al otro como igual a nosotros, es capaz de llenar de sentido a nuestras vidas, de justificarnos.

Pero la palabra “prójimo” no indica para Jesús la idea de el que está cerca, el concepto de proximidad. No es cuestión de espacio, ni de cercanía, sino de movilidad por nuestra parte, de acercarnos al que está a nuestro lado, de convertir al otro ("él”, o “ellos”)  en alguien que se convierte en un tú, en un vosotros. Sólo si uno se acerca con el corazón adivina y contempla la necesidad de los demás. El sacerdote, el levita, aunque tuvieran sus razones, no fueron capaces de llegar hasta donde yacía el hombre herido. El samaritano sí se acercó y "sintió compasión" de el. Lo convirtió en un “tú”. 

La auténtica compasión -no aquella que detestaba Nietzsche- mueve entonces a la acción; el samaritano ve que sus planes se rompen, que su vida se complica, pero hace una primera cura de urgencia, lo sube a su cabalgadura, lo ingresa en la posada y después da parte de su peculio para que sea cuidado. La compasión que es misericordia obra el milagro: nos convierte a todos en hermanos, y restaura la salud y la vida en las situaciones donde imperaba la enfermedad y la muerte.


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