miércoles, 24 de agosto de 2016

Se acabaron las Olimpíadas


Se acabaron las olimpíadas. Para los que no nos gusta el deporte como espectáculo ha sido un verdadero palo con el que la televisión nos ha castigado durante casi un mes. Abrías un canal de televisión y allí tenías a los atletas y olímpicos actuando. En La2, buscando huir de lo anterior, te ponían reportajes y documentales sobre deportes, deportistas, olímpicos y esas cosas.

De todos modos, y pese a mi personal gusto, a mí se me llenaba el corazón de alegría y felicidad al ver los rostros alegres y felices de los atletas cuando alcanzaban algunos de los récords que les iban a dar el premio de la medalla olímpica. Era sin duda un mensaje de ilusionado optimismo,  de esperanza, ver a muchos hombres y mujeres, exhaustos por el inhumano esfuerzo físico y a la vez dando saltos de alegría al conseguir el premio de sus muchos sacrificios. Otra cosa era el comentario exultante de los locutores que transmitían los actos, atribuyendo a España la medalla de oro de alguna especialidad olímpica. ¿España? Ni España ha sido derrotada ni ha salido victoriosa, sino lo que ha triunfado o fracasado ha sido el esfuerzo personal de los atletas.

Es desde luego un mensaje ilusionante el que las olimpíadas nos dan sobre la denostada condición humana que tantas veces -lo estamos viviendo estos días- nos  decepciona; mientras exista esta gente que quiere ir más lejos más altos y más rápido, habra esperanza para la humanidad.


Pero hay un aspecto tal vez negativo que no hay tampoco que olvidar: la obligada confusión que puede existir al igualar la victoria y el triunfo con el poder y la felicidad. Los que no ganan ni triunfan, los que pierden y fracasan tiene un lugar en el corazón de Dios. También pueden tener en su corazón, si está lleno de de otros valores, la alegría auténtica y la verdadera felicidad. El mismo Jesús de Nazaret, lo dijo y anunció cuando nos habló de las Bienaventuranzas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario