jueves, 4 de agosto de 2016

Tres notas sobre la fiesta de los Ángeles de El Cabañal. 2. Un sermón memorable

El acto más solemne de toda la fiesta de la Virgen de Los Ángeles fue, naturalmente, la celebración de la Misa que adornó con sus cantos la coral de Riba-roja. El templo abarrotado de fieles, el altar lleno de flores y también de sacerdotes concelebrantes. Mucho incienso, como es costumbre allí. Lo que más me sorprendió, fue el sermón que pronunció el fraile franciscano el Padre Sebastián López, de la comunidad de Santo Espíritu de Gilet. Fue un sermón como los de antes, con vibración, emoción y también como los recomienda el Papa, breve. A mí me emocionó, y me llegó al alma como creo que a todos los que lo oímos. Lo importante es que precisamente la palabra que se pronuncia en los sermones debe tocar el corazón y después llegar a la mente: o sea transformar el sentimiento religioso en acción práctica y evangélica en la vida. Por ahí iban las cosas que nos dijo el fraile predicador.

Hoy día hemos transformado los antiguos y fulgurantes sermones (que tenían también muchos fallos y defectos) en unas homilías asépticas, frías, cuando no ininteligibles. Pronunciadas sin pasión ni entonación, casi en voz baja, como son, y sin ánimo de señalar, las homilías que últimamente estoy oyendo. Las homilías se han transformado más que en propuestas y expresión de vida cristiana, en tratados de teología repetitiva o tautológica, obsesionadas con dar doctrina segura y completa y sin ningún atisbo de transgresión.  Es verdad que muchas veces la homilía depende del carisma o de las cualidades del predicador, pero sea brillante éste o no, siempre ha de intentar comunicar con los oyentes.

Después vino la procesión. Una imagen de la Virgen de Los Ángeles que sobrevivió a los destrozos de la guerra civil, pequeña pero encantadora, apareció en la plaza, saliendo del templo parroquial, sobre el carro entronada en la cima de una montaña de flores. Paseaba por las calles del Cabañal para bendecir las casas de sus vecinos, que estaban todos en la calle aplaudiéndola cuando ella pasaba. Con el corazón empapado de emoción, de fiesta y de alegría, acompañamos todos a la Señora de Los Ángeles hasta el final. Un gran castillo de fuegos artificiales clausuró la fiesta.

(Por cierto,-esto es una autocrítica- muchos de los que desfilan en la procesión entablan largas conversaciones, no adoptan la actitud correcta que es la del silencio. Ayer ocurrió lo mismo, incluso los curas que íbamos detrás de la imagen charlamos demasiado. Pido perdón por el mal ejemplo).


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