miércoles, 16 de noviembre de 2016

En la fiesta del Cristo del Salvador


Un año más, el Cabanyal ha celebrado su fiesta. Por la tarde noche el Cristo del Salvador ha sabido a andar las calles de ese barrio tan cercano al mar. Como siempre, una multitud le acompaña y otra en las aceras lo mira pasar. Es una manifestación de religiosidad popular bastante sobria y austera. No lucen los que procesionan ropas de vesta ni otros atuendos llamativos como se usan en el la Semana Santa. En cierto modo aquí sólo brilla el fervor y la devoción y vale sobre todo el  caminar junto a la imagen robusta y pesada del Cristo crucificado, a manos de hombros de los devotos.  

Poderosamente llama la atención para el que lo ve por primera vez su larga melena de cabellos naturales con los que a veces el viento juega caprichosamente y se enreda con terquedad en la corona de espinas.  Me llena de admiración y ternura contemplar a los devotos cómo se acercan a él, lo miran con orantes ojos y lo acarician  depositando en su cuerpo un beso.

Antes de ayer, domingo, estuve en la fiesta, y acompañé a la imagen del Cristo en la procesion, después de que presidiera la Misa y predicara un sermón sobre el Cristo. Fui feliz recordando recientes tiempos pasados, y viendo a mucha gente querida que también se alegraba de verme. Las fiesta religiosas populares, ¿serán la única ocasión en que la gente viva sentimientos de trascendencia? ¿Será ésta la única manera y el único tiempo de que muchos tengan una experiencia religiosa? Porqué algunos desprecian esos sentimientos por eúpureos, y pintorescos y mágicos, sin considera que contienen también, aunque pueda ser poco, valores puros del evangelio?


 Creo que no es así. Más aun en ciertos modos sencillos de fe, andan escondidos grandes valores. Aquí se dan algunos de los interrogantes sobre la religiosidad popular.

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