sábado, 8 de abril de 2017

El bosque de trabinas de Alpuente, donde habla Dios.



Desde siempre el ser humano ha andado buscando a Dios. A su modo y manera, tal vez con errores y equivocaciones, lo ha encontrado en medio de la naturaleza como eco y respuesta a la voz de su corazón. En los espacios siderales, en los lugares más insólitos de la tierra que habita, el desierto y la cueva, el manantial y la cumbre, el mar y el bosque, con la voz profunda de su interior, ha sabido  verle y escucharle.

El otro día, junto a la aldea de la Almeza, en el término de Alpuente, allá en la Alta Serranía de Valencia, tuve una bella experiencia de pisar un lugar sagrado, un sitio donde la experiencia espiritual de encontrarse con Dios se torna muy posible. Allí hay en aquellas austeras y  altas comarca unos bosquecillos de sabinas de enorme antigüedad. Son las sabinas albares, llamadas allí “trabinas”. Apartados como todo lo que por allí nace, crece, vive y muere, son unos nobles árboles centenarios, de pura arqueología vegetal,  de envejecidos troncos, retorcidas  ramas y compacta vegetación aromática.


Crean, cuando están juntos, unos espacios donde el tiempo parece congelado, el aire se inmoviliza y el silencio es tan denso, que se escucha el pálpito de tu corazón, el rebotar de tu sangre. Pensé que ese silencio era precisamente la voz de Dios. Era sin duda un lugar sagrado, donde si sabes escuchar a lo que el pulso de tu vida siempre clama, puedes encontrarte muy fácilmente con aquel que siempre buscas.

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