jueves, 6 de abril de 2017

El discernimiento que Francisco enseña


Sabido es que los enemigos del papa Francisco, pese a que al principio no parecía tenerlos, van a más. Antes, los “rebeldes” a sus reformas andaban ocultos por eso de contemporizar o evitar hacerse de notar. Ahora, perdido el miedo o recobrado el valor, salen a la luz y se hacen notorios. En Roma hasta pintadas hay contra él y aquí, en la misma Conferencia Episcopal Española, le crecen los enanos.

Lo  singular del Papa Francisco es que precisamente, conviviendo con sus enemigos y sabiendo tenerlos  a control, continúa, erre que erre, con sus reformas de la Curia y de la Iglesia.

 Algunos de sus detractores no le perdonan las ideas abiertas sobre moral y la institución matrimonial que expuso en su encíclica “Amoris Letitia”, pero sobre todo lo que les ponen muy nerviosos es la importancia que este Papa otorga (se nota que es jesuita) a la insistencia que aconseja a los creyentes para que utilicen la libertad de conciencia. Al sacerdote, les dice,  le pueden consultar la aplicación a sus vidas de las leyes establecidas de la iglesia, a las que no hay que obedecer ciegamente, sino utilizar el buen discernimiento. En el fondo, el Papa trata a los laicos como adultos, como mayores de edad y no como clericalmente se ha intentado siempre: tratarlos como niños que deben tener en la Iglesia una obediencia ciega.


A esto lo llamo yo la “libertad de los hijos de Dios”, algo que con frecuencia ha olvidado nuestra Iglesia.

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