miércoles, 21 de junio de 2017

FUEGO, PAVOR Y TERROR


Torres más altas cayeron. A propósito de la Torre de Londres.

El incendio trágico de la Torre de viviendas Grenfell en Londres con más de sesenta victimas nos ha sobrecogido el corazón  y más como ocurre con demasiada frecuencia, cuando las víctimas de los incendios suelen ser gente de familias de sencilla y humilde procedencia. ¡Nunca se incendian las casas de los potentados y cuando arden todos se salvan (no quiero decir ni desear que muera nadie, rico o pobre)!  El aun más reciente colosal incendio forestal con aún más víctimas en Portugal ha incrementado más nuestro pavor. El fuego nos atrae, nos ayuda y nos asusta. Nuestros ancestros que no sabrían su por qué se aterrorizaban ante él. No en vano, los israelitas cuando querían representar la presencia terrible de Yahvé lo imaginaban en el fuego (Moisés y la zarza ardiendo, los relámpagos y rayos en el Sinaí…). Prometeo, que se hizo con el fuego, robándolo a  los dioses y entregándolo a los hombres, es nuestro gran héroe mitológico.

 El cine lo aprovecha para contar historias, desdichas y aventuras y también para montar gran espectáculo. En algunos  guiones de las películas se cuela a veces de rondón la idea del castigo divino. Como en un nuevo Babel, la soberbia  de los hombres, simbolizada en un gigantesco construcción, es destruida por un poder irrefrenable. El fuego purificador suele ser el final en las películas de terror: ha de limpiar la presencia del mal en el mundo. De ahí a la idea de un Dios castigador hay muy poco. Nada más lejos de la esencia e imagen de Dios que el Evangelio tiene. También las películas sobre los edificios gigantescos incendiados dan paso a  historias de aventura espectacular, de enormes retos humanos y sobre todo, y esto es lo mejor, a historias de valor, coraje y solidaridad. He aquí tres películas: El coloso en llamas (Estados Unidos 1974) de John Guillermin . World Trade Center (Estados Unidos, 2006) de Oliver Stone. Llamaradas (Estados Unidos 1991)  de Ron Howard.

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