viernes, 30 de junio de 2017

MAS INCENDIOS... MAS CERCANOS




Ayer fue el esplendor de la primavera. Retamas, la plata y el oro de las albaidas, coquetas jaras, aromáticos romeros, madreselvas perfumadas, espinosa aliagas amarillas, esparragueras con sus tiernos brotes. Y amapolas de sangre y mil flores más. Carrascas, pinos y quejigos crean umbrías refrescantes. Un jardín es la bellísima Sierra de la Calderona.

Hace ahora dos  meses me paseaba con unos buenos amigos por allí. Uno de los sentimientos que te rondan al contemplar tanta belleza, que te entristecen y angustian, es la posibilidad de perder esa belleza. Uno piensa que Dios no pinta así la naturaleza para que en un tris tras se borre y destruya.

Hoy es humo y cenizas, suelo arrasado, seco y estéril. Insectos y pequeños animales carbonizados, pájaros  si no muertos, huidos. Lo que se temía es ahora una realidad. Arde el monte.
Me estoy refiriendo también a la bellísima Sierra de la Calderona, con sus rojas rocas de rodeno ahora ennegrecidas y tiznadas por este incendio que a la hora en que esto escribo todavía está desatado entre irrefrenables vientos e  impotencia humana.


Aunque este incendio parece que no ha sido provocado, sí tiene una causa clara de su rápida propagación y difícil sofoco: los que gobiernan tienen presupuestos para todo, pero limpiar el monte, abrir accesos para este tipo de emergencias les parece un dispendio innecesario. Mientras, la calidad de vida de los que viven por allí se deteriora, los que sentimos la naturaleza como algo tan preciso como respirar, nos quedamos sin aliento.

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