martes, 29 de agosto de 2017

LA OTRA SEMANA TRÁGICA DE BARCELONA






Los pasados quince días en que hemos sufrido las terribles consecuencias de los atentados terroristas en Barcelona y Cambrils provocan que muchos de nosotros con seguridad nos hagamos algunas preguntas. A título solo personal, y sin sentirme privilegiadamente único, yo me he hecho estos días algunos cuestionamientos cuyos planteamientos y posibles respuestas me dejan perplejo cuando no confuso.

La investigación posterior a los atentados sobre la estructura de la red terrorista ha sido rápida y sorprendente, pero ese éxito no puede ocultar el fracaso delo que antes se debería haber investigado. ¿Cómo es posible montar esa conspiración, con acumulación de ciento veinte botellas de butano, compra de cuchillos y machetes y litros de acetona sin que los comerciantes no lo advirtieran ni a la Policía Nacional- Mossos d'Esquadra-Guardia Civil?

Es triste y lamentable ver y escuchar las declaraciones de los políticos del más  alto rango de Madrid o de Barcelona ambos controlados e influidos por la interferencia de la tensión entre el gobierno central y la  Generalitat con el lamentable asunto de la independencia. Los que hablaban y los que escuchaban, andábamos pendientes no por lo que decían sino por cómo lo decían: palabras de doble sentido, referencias ocultas en algunas frases, omisiones y alusiones secretas, etc.

Siempre en situaciones desesperadas,  en los primeros momentos de los actos terroristas, la respuesta de las fuerzas de seguridad (en este caso,  los Mossos d'Esquadra) tiene que ser totalmente expeditiva. Inevitable es el uso entonces, con el gatillo fácil, de la pistola o la metralleta. Que se exalte como héroe nacional al agente que liquidó en un plis-plas a tres terroristas me sugiere la reacción de miedo y tal vez de venganza que asume inconscientemente la sociedad. Porque en otras situaciones parecidas la actuación rápida y extrema de la policía ha sido fuertemente criticada.

A mí me pareció algo cansino el montón de actos religiosos y laicos que se celebraron en esos días, llenos de solemnidad y boato donde los políticos parecían los protagonistas y ensombrecían precisamente a los parientes de las víctimas. Igualmente, en otras ocasiones los medios de comunicación trivializaban las manifestaciones de solidaridad y dolor que se realizaban en las calles: parecía a veces un numerito más de los muchos turísticos que el mes de agosto que convierte a todo en “shows” vacacionales.

Nadie dice que la manifestación del domingo fuera un éxito contundente: acudió menos gente de la que se esperaba. Y un montón de gestos y signos –gritos, pancartas, lemas- que olvidaron en muchos momentos a los más perjudicados que fueron las víctimas. El lema mismo de la manifestación me pareció muy pobre y que en el fondo mostraba algo que se ocultaba: la preocupación y el susto que todos llevamos en el cuerpo, aunque lo disimulamos. El lema parecía incompleto: “No tenim por, (estic cagat)” "No tengo miedo, (estoy cagado)". Porque no se trataba de expresar un estado de ánimo, sino de una reivindicación  de unidad y solidaridad contra un enemigo común que utiliza la más cruel de las violencias


Nada me convenció que fuera la actriz Rosa María Sardá quien tomara la palabra en nombre de toda la manifestación. Esa actriz con la que me he reído mucho en sus películas (no le quito ningún mérito como artista), representa para mí un personaje escéptico y socarrón –esa caída de ojos, esos labios displicentes- que me induce a no tomar en serio ni a convencerme de nada de lo que proclamaba en el manifiesto desde la tribuna de la manifestación.

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