domingo, 4 de septiembre de 2011

Las muletas de la fe



Un amigo, al que quiero mucho, me habla de que se va a ir unos días a Croacia a un santuario mariano donde dicen que se aparece la Virgen. A mí la verdad es que no me hace mucha gracia, pero no  intento disuadirlo por el respeto que le tengo y la amistad que nos une.
Con la debida precaución y con pesar de poder escandalizar a alguien, yo no creo 
absolutamente en apariciones, en llagas que recuerdan la Pasión de Cristo, en milagros y fenómenos celestiales, aunque incluso tangan el beneplácito del Vaticano. 

Pienso que algunos lugares (Lourdes –yo he estado más de una vez allí y me he sentido muy a gusto-, Fátima) pese a  ser bastión de cierto conservacionismo rancio, pueden servir para encontrarse espiritualmente con Jesús, el Cristo, a través de  la admiración hacia María, la mujer madre de Dios, pero nada más.

La última palabra dicha por Dios Padre es su Hijo Jesús de Nazaret y con él la revelación se cerró, incluso canónicamente (que mal suena esta palabra!) con el Libro de la Revelación. Todo los demás –y perdón si escandalizo, esa no es mi intención- me parecen paparruchas cuando no, neurastenias. Para mí, la fe es algo muy serio, y a veces difícil, porque la duda siempre está al acecho, y el que cree en Cristo ya lo tiene todo y no le hace falta andar con las muletas de algo que anda tan cerca de la superstición y la magia.

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